Estar a los pies del Everest, en su campo base, en el lugar donde el aire tiene menos oxígeno y las ideas fluyen más lentamente, es sentir cumplido un sueño de muchos años.
Para dar unas cuantas cifras, el campo base se encuentra a 5.364 metros sobre el nivel del mar y allí el nivel de saturación de oxígeno en la sangre solo llega en el mejor de los casos al 80 %, sentir cansancio es algo normal y a eso hay que sumarle el desgaste que significa caminar varios días avanzando un total de más de 50 kilómetros por senderos y caminos de montaña en un paisaje que golpea los sentidos y no deja de emocionar.
Esta es la historia de nuestro viaje durante octubre y noviembre del 2018 al corazón de los Himalaya, a una tierra intensa, a un paisaje en el que montañas, estupas y banderas de oración tocan el cielo.
Nuestra aventura comenzó en Katmandú, la capital de Nepal algunos días antes, con una visita a la estupa de Boudhanath, y luego al barrio de Thamel para nuestra cena de bienvenida, y comprar el equipo y ropa de montaña que nos podía hacer falta.
El día siguiente aprovechamos de visitar el templo de Pashupatinath y conocer más de cerca los ritos funerarios induistas. El día acabó temprano ya qué a la mañana siguiente teníamos que viajar hasta el aeródromo de Mantali para tomar la avioneta que nos llevaría hasta Lukla, la puerta de entrada al trekking necesario para llegar hasta el campo base del Everest.
Nuestro vuelo se atrasó un par de horas, lo que es nada si se compara con la espera de días que otros pueden experimentar. Bipin, nuestro coordinador local movió sus influencias y tras un vuelo muy breve estábamos listos para comenzar nuestra aventura en la cordillera de los Himalaya.
Una breve parada para almorzar y ya estábamos caminando hacia el pueblo de Pakhding, el lugar donde pasaríamos la primera noche de este viaje maravilloso.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y caminamos algunas horas entre bosques exuberantes cruzando puentes colgantes para llegar con algún esfuerzo hasta Namche Bazar, la capital del pueblo Sherpa dónde nos esperaban los porteadores y una excelente comida.
El siguiente día nos tocaba “descanso”, lo que en realidad quiere decir aclimatación, y subimos una colina cercana para tener una excelente vista del Everest y los gigantes cercanos. Cada paso que dábamos nos acercaba a nuestro gran objetivo y logramos verlo unos minutos antes de que las nubes lo cubrieran.
Bajamos rápido hacia donde nos tomamos un excelente café, afuera caía una leve nevada y se escuchaban a lo lejos canciones y mantras.
La siguiente jornada salimos muy temprano en dirección al pueblo de Tengboche, lugar donde se encuentra el monasterio budista más grande de la región. El pueblo estaba lleno de visitantes y por eso nuestro día se alargó 3 horas más antes de llegar a Pangboche, una aldea situada a unos 4.200 sobre el nivel del mar.
Con el aumento de altitud los pasos se vuelven más lentos, pero el esfuerzo vale muy bien la pena: un paisaje intenso se dejó ver casi al llegar a una de las muchas estupas en el camino, cada paso se encarga de recordarnos nuestro objetivo y las tradiciones budistas del pueblo Sherpa.
Una ducha caliente y después la cena, nos fuimos a dormir con el espectáculo de una vía láctea diferente, sin olvidar que nos tocaba otro día de descanso.
Fue muy exigente el ascenso hasta Pangboche peak, una colina de 5.200 metros de altitud, el objetivo necesario para conseguir una correcta aclimatación a la altura, cerca de la cumbre el viento se encargaba de hacer bajar la sensación térmica y recalcar la necesidad de una buena hidratación. Lo bueno es que después del esfuerzo solo quedaba bajar a nuestro alojamiento a comer y descansar.
Nuevamente, a la siguiente mañana, nos levantamos temprano ya qué si bien estaba cercano llegar a nuestro objetivo podía tomar algunas horas y necesitábamos llegar antes de que bajara la temperatura. Ganamos un poco de altura para salir del pueblo y ya estábamos caminando hacia Lobuche.
En el camino nos detuvimos en Lobuche pass, una necrópolis sin tumbas, llena de chortens en memoria de aquellas personas que no volvieron de las montañas.
Cada pueblo en el camino es diferente, pero todos tienen algo en común, recuerdos y palabras de aliento dejadas por otros caminantes.
El nuevo objetivo es considerado como el de mayor exigencia, llegar a Gorak Shep, comer algo y continuar la marcha hasta el campo base del Everest, la montaña más alta cuyo verdadero nombre para el pueblo Sherpa es Sagarmatha y Chomalunga para los tibetanos.
Frío y pasos lentos pueden describir está jornada en la que llegaríamos al lugar en la que muchas expediciones se instalan para subir hasta la cumbre de la montaña más alta del planeta, caminamos la mayor parte del sendero en silencio, quizás reflexionando en todo el camino ya realizado y en todo lo dejado atrás. Para nosotros no significaba el final del camino, deberíamos volver hasta Gorak Shep para tratar de dormir sintiendo la menor concentración de oxígeno en el aire y el frío producto de la gran altura alcanzada.
Tres carpas amarillas de una conocida marca deportiva señalan, de manera simbólica el lugar donde se emplaza el campo base del Everest, un espacio pequeño cubierto de guijarros sobre el hielo del glaciar, un lugar donde las emociones revientan convertidas en risas y llantos. Algunos se abrazan, otros levantan sus brazos, pero nosotros desplegamos nuestra amada bandera y gritamos un sonoro ¡Cehachei!, un grupo de brasileños grita viva Chile y nos aplaude, más de alguna lágrima se escapa, y después de colocar una ofrenda de banderas budistas nos devolvemos sobre nuestros pasos con la urgencia de llegar antes de la noche.
El punto más alto es solo la mitad del camino. El regreso es continuar una aventura en la que visitaremos otros pueblos, escucharemos historias como la del Yeti y veremos distintos paisajes que llenarán nuestras retinas más rápidamente que las tarjetas de nuestras cámaras.
Podrá pasar el tiempo y nosotros no olvidaremos este viaje de la vida hasta el corazón de los Himalaya. Gracias a nuestro equipo de apoyo por permitirnos descubrir su país, su paisaje y su gente, gracias por acompañar nuestros pasos con su alegría, gracias por ayudarnos a llegar y cumplir nuestros sueños.
¿Te gustaría cumplir tus sueños y vivir esta aventura? Participa en el próximo viaje que tenemos programado.
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